jueves, 3 de noviembre de 2011

Soriano por Soriano

Conocí a Jacobo Timerman el día en que me pidió que escribiera “la mejor nota de Buenos Aires sobre el caso Robledo Puch”. La Opinión, que exageraba su sobriedad al extremo de no publicar noticias “policiales”, se encontraba en un aprieto: el joven Carlos Eduardo Robledo Puch había asesinado a por lo menos once personas y había cometido una treintena de atracos (…)
Opté, pues, por la reconstrucción de los hechos según todos los testimonios existentes hasta entonces. El artículo apareció en el suplemento cultural y me valió un cuantioso aumento de sueldo que el director me anunció personalmente. Ese día empezaron mis desventuras. Hasta entonces yo estaba a cargo de la sección deportes, ganaba muy bien y había ideado, con Eduardo Rafael, un excelente método para trabajar poco y salteado. Pero, según Timerman, ese era un sector sin interés. “Usted está desperdiciado allí”, me dijo, y me confió una tarea mayor: “Vaya, siéntese y piense”, ordenó. Mi destino fue un escritorio estratégicamente situado frente a su despacho. Una secretaria esbelta y casi adolescente debía atender y discar mis llamadas telefónicas “para que nadie me molestara” y cuidar que no me faltaran los diarios y revistas del día, incluidos los del extranjero (por entonces yo era incapaz de descifrar otro idioma que el castellano, pero el patrón no lo sabía aun). Timerman no me dijo que debía pensar ni para qué. Nunca se me había confiado misión más difícil y menos envidiable: todos los días mis mejores amigos de la redacción se acercaban, solidarios, para saber si ya se me había ocurrido algo. Un mes más tarde, cuando advirtió que mi cabeza seguía vacía como una pelota de tenis Timerman me llamó y me dijo, solemne, que uno de los dos debía psicoanalizarse. Luego me hizo saber que su decepción era profunda y me avisó que mis privilegios terminaban ese mismo día. Desde entonces deambulé por la redacción: el director había olvidado asignarme un nuevo puesto y me dediqué a hacer lo que más me gustaba. Es decir, nada.

27 de Febrero de 1972
A Jacobo Finkelberg
(En el libro Artistas, locos y criminales) 

Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata el 6 de enero de 1943. Trabajó como periodista en los medios gráficos Primera Plana, Panorama, La Opinión y El Cronista Comercial. Fue uno de los fundadores del semanario Periodistas y del diario Página/12. Recibió el Premio Casa de las Américas, de Cuba, en 1973. Durante la dictadura vivió en Bélgica y  Francia. Escribió "Triste, solitario y final", "A sus plantas rendido un león", "Una sombra ya pronto serás", "Cuarteles de invierno" y "No habrá más penas ni olvidos" y de los libros de relatos "Artistas, locos y criminales", "Rebeldes, soñadores y fugitivos" y "Cuentos de los años felices" y otros.
Falleció en Buenos Aires, en enero de 1997.
Soriano, quizá a partir de su propia vida, quizá como herencia de su oficio primero, el periodismo, con una narración directa, logró darle vida a innumerables personajes pueblerinos, perdedores e inolvidables. La lectura o relectura de sus novelas son un paseo con ojos de gente común por un pasado no muy lejano.

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